"Aquellos que fueron elegidos por las piedras sagradas deberán escoger entre servirnos por el bienestar de todos los reinos, o de servir a los gemelos demonio del Xibalbá, y si esto ultimo sucede entonces el final para todo ser viviente está más cerca de lo imaginado" palabras del dios Quetzalcoatl

lunes, 12 de julio de 2010

Preparativos Capitulo I

México, año 2096.


Se aproximó a las grandes rejas de hierro. El frío penetraba su grueso abrigo oscuro como la misma noche. Dos guardias con cigarrillo en boca y linterna en mano lo interceptaron iluminando su medio rostro que la solapa de su negro sombrero no alcanzaba a cubrir.

El oficial miró la identificación del extraño, le sonrió. “Bienvenido a las pirámides de Teotihuacán”, le dijo cumpliendo la orden de algún ser superior. Las rejas, cerradas a los turistas a esas horas de la media noche, se abrieron y traspasó el campo.

Algo importante estaba ocurriendo como para que su Maestro lo citara a una reunión secreta en la Pirámide de la Luna.

Un hombre de avanzada edad con sandalias de cuero, pantalones y camisa de manta blanca, lo esperaba en la oscuridad.

—¡Saúl, mi querido Saúl! ¡Gracias por venir!—, dijo su mentor Tlaccateccatl con efusividad al verlo nuevamente después de tantos años.

Saúl formaba parte de su alma desde que lo rescató de los intestinos de la monstruosa ciudad cuando lo encontró luchando como animal salvaje contra un perro por los desperdicios arrojados a la basura. Lo adoptó, le dio techo y alimentos para cubrir los huesos de sus costillas y llenar su rostro con mejillas.

Saúl vivía agradecido de ese hombre de pelo cano quien, además, le dio educación académica, lo ilustró acerca de civilizaciones ancestrales sobre sus principios, creencias y filosofía; le enseñó técnicas y estrategias de combate cuerpo a cuerpo y a campo abierto, el uso de armas que iban desde las prehispánicas hasta las de actual tecnología.

El continuo ejercicio inexpugnable al cual era sometido a diario le obsequió una formidable estampa y fortaleza desde su juventud. Su primer trabajo fue como oficial de policía, luego se enlistó a las filas del ejército donde sus habilidades no pasaron desapercibidas por los rangos mayores quienes lo reclutaron para formar parte de los Servicios Secretos de la Nación, asignado al cuerpo de élite encargado de desmantelar poderosas organizaciones criminales y grupos terroristas. Finalmente, obtuvo la mayor condecoración que la nación pueda dar a un destacado militar que cumplió cabalmente con cada una de sus misiones en la guerra contra China, tanto de ataques al enemigo, rescate de prisioneros y espionaje.

Con un efusivo abrazo al octogenario Tlaccateccatl, le agradecía desde el fondo de su corazón toda la instrucción y protección que le había dado. Ahora, él mismo se sentía responsable por él. Sabía lo que tenía que hacer. Conocía perfectamente todo lo que involucraba la leyenda de las Piedras Sagradas, y su responsabilidad como emisario de las mismas. En sus manos estaba inclinar la balanza a favor del bien. El anciano se acercó a una de las paredes de la pirámide, tomó un pequeño cristal transparente y lo pasó con suavidad sobre la superficie de roca. Se escuchó un leve susurro y la pared se abrió ante ellos, permitiéndoles el acceso a una pequeña habitación.

Saúl encendió una antorcha que era sostenida por una argolla tallada de la misma pared. En las paredes aparecía el dibujo de Huitzilopochtli, el dios supremo de la antigua Tenochtitlan, patrono de la guerra, el fuego y el sol; guía, protector y patrono de los aztecas, y quien Saúl sabía que ahora era el protector de los elegidos, aparecía dibujado en forma de un colibrí de brillantes colores azules que al recibir la luz de la antorcha brillaba cambiando en matices más claros y oscuros.

—Es tiempo, Saúl—, dijo el anciano—. Las Piedras Sagradas de Ocre y de Jade han salido de la Bóveda Sagrada para encontrar a los Elegidos. Debes hallarlos, guiarlos al camino de los dioses y protegerlos contra las fuerzas de la oscuridad.

—Sí, Maestro—, aceptó Saúl inclinando con humildad la cabeza posando sus ojos sobre las sandalias de cuero del viejo; levantando la cabeza y con voz bélica añadió: —Daré mi vida por los dioses y protegeré a los Elegidos de las Piedras Sagradas hasta convertirse en Guerreros de los dioses antiguos.

—Los Waay buscarán las piedras también, como lo han venido haciendo desde los tiempos de nuestros ancestros para hacerse del poder y tratarán de envenenar el corazón de los Elegidos para convertirlos en poderosos Hunhan.

Saúl asintió con la cabeza quitándose esta vez el sombrero. Fue entonces que apareció el parche que cubría la cuenca ya cicatrizada de su desaparecido ojo derecho. A una expresión del Maestro, explicó:

—Lo perdí al explotar una granada de fragmentación cerca de mí.

—Un descuido que pudo costarte la vida, Saúl—, se talló su larga barba cana.

—En efecto, Maestro; en su lugar se me han desarrollado otras habilidades, otros sentidos; y las que ya poseía se han incrementado; soy más hábil, más diestro y peligroso que cuando lo era con ambos ojos.

Tlaccateccatl sacó de un bolso de cuero una piedra transparente, delgada y alargada del tamaño de un dedo índice, parecía reflejar o tener destellos brillantes propios, muy parecida a la que había utilizado para entrar a esa habitación.

—Sujeta esta piedra en tu mano; es un obsequio de los dioses para que resistas las fuerzas de la oscuridad y te ayude en tu sinuoso viaje.

Saúl tomó la piedra en la palma de su mano y ésta desapareció en ella como agua absorbida por la tierra. Sintió cómo una gran fuerza y vigor recorrió todo su interior.

—Querido Saúl, adorado Macehualtzin, comienzas como un plebeyo en esta guerra sagrada y estoy seguro que terminarás como un Ahchujkak, un gran Dios Guerrero. Que los dioses te acompañen y rogaré a ellos me den aliento para ver con mis propios ojos cómo las fuerzas malignas son derrotadas para toda la eternidad por el poder de los dioses y Las Piedras Sagradas.

Saúl se inclinó nuevamente y con tristeza en su corazón se despidió, quizá para siempre, de su querido mentor. Algo le decía que no lo volvería a ver. Se colocó su sombrero y se marchó perdiéndose en la oscuridad.



***



Al otro lado del continente, en Barcelona, España, para Antonio Torres todo era tranquilidad y glamur. Era su cuarta vez que viajaba a aquella ciudad para supervisar la salud financiera de sus empresas que tenía distribuidas por toda Europa.

Al mismo tiempo en que recorría el mundo se dedicaba a rescatar y coleccionar piezas y documentos de gran valor histórico de las culturas prehispánicas, en especial de las civilizaciones Maya y Azteca.

Reposando con un Martini y un puro habano mientras observaba la salida del sol a través del enorme ventanal de su habitación fue avisado por su mayordomo de una inesperada llamada telefónica en su despacho. Parece que es urgente, le dijo.

Poderoso e influyente ante funcionarios de gobierno, empresarios y religiosos de varios países; respetado y temido por las mafias rusas e italianas y grupos terroristas, esas llamadas no eran más que para recibir los favores que le debían. Pero ésta, a decir de su mayordomo, era inesperada y urgente, significaba que el momento esperado había llegado.

Siempre elegante, pulcro y solitario, entró al despacho, esta vez inquieto o preocupado. Tomó el descolgado auricular chapeado en oro del antiguo teléfono de campanita.

—Escucho.

—Los Jolom lo necesitan—, dijo la voz extraña.

Antonio quedó inmóvil con la sangre helada; siguió escuchando con atención:

—Las Piedras Sagradas están en posesión de la UNAM y serán exhibidas en el Museo del Castillo de Chapultepec esta misma tarde. No puedes perderlas esta vez.

—Sí, señor.

Tan pronto colgó, dejó caer su cuerpo en el sillón. Sus días de tranquilidad, glamur y ocio llegaron a su fin.

Llamó a su contacto; al mismo que ya otros servicios le había hecho sin fallar ni dejar rastro cuando el poseedor de alguna reliquia o pieza antigua se resistía vender. Por las buenas o por las malas, el objeto debía ser suyo.

Le dio instrucciones; aquel aceptó. Le hizo la transferencia electrónica de dinero pactada; y luego, dio órdenes explícitas de que su jet estuviera listo para despegar inmediatamente hacia México en media hora.

viernes, 9 de julio de 2010

¿Listos?

Después de tanta espera, les pido disculpas por la misma, comenzaré a publicar la novela en pequeñas partes pues los capítulos son largos, pero les prometo su correcta secuencia.


Gracias por acompañarme en esta aventura, en este viaje, y les aseguro que lo disfrutarán plenamente.

¡Aquí vamos! Prepárense; abrochen sus cinturones, ajusten sus anteojos pues el largo camino que nos espera estará lleno de tribulaciones, de enemigos como amigos, de traiciones y venganzas.



La Leyenda Maya de K’uh – Jade y Ocre.

martes, 16 de marzo de 2010

La introducción (Modificada y revisada)

amanecer1 Quiero presentarles la introducción, auxiliado gracias a mi editor, espero sus comentarios:

La hermosa selva Lacandona, con sus rayos de sol traspasando las copas de los árboles; los cánticos de aves alegres; el murmullo de pequeños animales terrestres; ¡el rugido del jaguar!, todo lo llenó de sentimientos esperanzadores. Perfecto y en completa armonía, tal y como siempre debía estar. Inclusive, recordó su viejo hogar y su querida familia. Pero no era así. Algo en su interior no le dejaba satisfecho. Había maldad en el mundo y él era un importante guerrero maya que debía proteger no sólo al imperio sino a todas las civilizaciones enteras de fuerzas malignas, oscuras y desalmadas.
Regresaba de cumplir el mandato del rey Yoltzin. Las Piedras Sagradas que debía encontrar en las lejanas tierras de Aztapiltic, fueron recuperadas tras un encarnizado enfrentamiento contra el ejército del mal, allá en el reino de los Inuit, peleando al lado y hombro con hombro del bravo y poderoso Guerrero de Atl.
Cumplida su misión se preparaba para partir a la enigmática y desconocida isla de Yolihuani, que como recompensa y Gracia de los dioses, sólo los Elegidos, como él, eran enviados para perfeccionar su entrenamiento como Guerrero de K’uh.
Le sorprendió que mientras hacía sus preparativos fuera llamado en especial por el dios Quetzalcóatl.
—¡Ayauhtli! —habló el dios Quetzalcóatl—. Has demostrado ser un guerrero valiente y digno de mis ojos y por eso, antes de enviarte a la isla de Yolihuani, te he elegido para que seas tú quien cumpla mi deseo. Levántate y toma las Piedras Sagradas de Jade y de Ocre y ponlas a salvo, en la Bóveda Sagrada, de las garras malignas de los gemelos demonios de Xibalbá.
Se levantó de su posición hincada y tomó las piedras que él mismo había recuperado en las tierras lejanas de Aztapiltic y que ahora, el dios Quetzalcóatl, las confiaba en sus manos.
La armadura del dios brilló con esplendor y magnificencia delante de su presencia; tal era el poder que emitía que la capa blanca del guerrero ondeaba con fuerza sobre sus hombros; tres plumas largas y delgadas sujetadas sobre su cabeza, del mismo color blanco como la nieve, se movían hacia atrás ante esa poderosa divinidad. Sus sandalias y su calzón de piel parecían como si el hielo abrazara su cuerpo para protegerlo del sol y del viento; su cabello negro como la noche se pintó de blanco a pesar de su juventud, lo mismo que su piel morena y rojiza que se transformó blanca como el mármol. El poder de la piedra que lo había elegido lo cambió por completo, tanto en su aspecto físico y mental como en su vestimenta.
De pie ante la enorme pirámide de Gatz recibía con orgullo las indicaciones del gran dios, no obstante que las casas grises y opacas del reino entristecían su corazón; todos los reinos habían caído ante la furia del ejército de la oscuridad: el reino de Agaf y el reino Cutzin del norte; el reino de Jagand y el reino de Pletza del centro. Los reinos del sur, Gatz y Lytz sobrevivieron al ataque, pero la terrible esencia de esos seres oscuros corrompió la paz de su hogar, su pueblo y de todos los pueblos.
—¡Debes hacerlo solo! —continuó Quetzalcóatl—. ¡Ve, que los dioses te guiarán y protegerán!
Ayauhtli partió sin demora a lo desconocido en busca de las señales que lo llevaran a la Bóveda Sagrada en algún punto del imperio. Duró meses su búsqueda venciendo obstáculos y peligros al punto de perder la vida y fracasar en su misión. Pero finalmente, estaba satisfecho y orgulloso cuando encontró el acceso subterráneo al instante en que el sol estaba por ocultarse. Lanzó un suspiro. Su peligrosa misión estaba por concluir. De pronto, como una ráfaga de frío helado, su cuerpo le alertó de presencias extrañas y hostiles en la lejanía.
Con fuerza sobrehumana deslizó la tapa circular, quizá de piedra gruesa y pesada que sellaba la bóveda, y entró de inmediato a la oscuridad. Encendió una pequeña antorcha. Debía hallar el mecanismo que abría la segunda puerta secreta. Notó unas líneas plateadas que brillaron sobre el suelo al percibir la esencia de la piedra blanca, aquella Piedra Sagrada que lo eligió por su valentía y nobleza de corazón en las tierras de los Inuit, y que ahora su energía y poder recorría cada palmo de su cuerpo; se acercó y tocó con su mano la piedra lisa. Unas vetas blancas y brillantes recorrieron su piel, desde la mano hacia el resto de su brazo y al alcanzar la piedra del suelo algo se activó para deslizar otra plancha de roca dejando al descubierto la Bóveda Sagrada. Bajó rápidamente por los escalones de piedra hasta encontrar el caparazón de la Tortuga Sagrada. Sacó ambas gemas de su bolso y éstas brillaron iluminando el área.
Ayauhtli se sorprendió ante las pinturas que tapizaban las paredes; en una de ellas se vio a sí mismo tocando el suelo con su brazo iluminado por el poder de su Piedra Sagrada; jamás había visto algo así, pero las presencias hostiles aún lejanas lo presionaban a evitar las contemplaciones y darse prisa sino quería que su misión sufriera un tremendo fracaso.
Colocó las Piedras Sagradas de Jade y de Ocre en sus respectivos orificios sobre el caparazón de la Tortuga Sagrada, y salió de allí asegurándose de sellar nuevamente los accesos y de apagar su antorcha.
Ya en campo abierto y caída la noche, un viento helado golpeó su cuerpo, los árboles se ladeaban con fuerza y sus troncos crujían en señal de alerta; una neblina blanca y espesa apareció cubriendo la maleza, acercándose amenazadoramente hacia él. Le pareció distinguir extrañas siluetas entre la neblina a pesar de la oscuridad.
Sonrió. Llegaban demasiado tarde como para que le arrebataran las Piedras Sagradas e incluso, para saber sobre la existencia de la Bóveda Sagrada. Ya estaban ocultas y aseguradas por los dioses en espera de los Elegidos para darles el conocimiento y el poder de Guerreros de K’uh, y así luchar, vencer o morir, al lado de los dioses contra las huestes malignas de Mictlán.
Se preguntó, ¿quiénes podrían ser esos elegidos por las Piedras Sagradas y cuánto tiempo tardaría en cumplirse la leyenda para que se cerrara el círculo?
Once Piedras Sagradas fueron creadas por los dioses para convertir a los Elegidos en Guerreros de K’uh, y proteger al imperio y a toda la humanidad de las fuerzas oscuras del mal. De acuerdo a las palabras de Quetzalcóatl: Dos piedras han elegido y sus portadores siguen el camino de los dioses. Siete yacen ocultas en selvas, desiertos, mares y ríos cuyos Elegidos están en camino de hallarlas; y éstas de Jade y Ocre, deben permanecer sobre el caparazón de la tortuga Maktli hasta que elijan a sus guerreros para que el deseo de los dioses se cumpla.
Ayauhtli hizo estallar su Teotl y una luz blanca brotó de su pecho cuyos rayos de luz iluminó el paisaje atravesando la tupida vegetación y la neblina haciendo desaparecer la densa oscuridad. Frente a él, decenas de seres malignos y extraños, ocultos en la espesa neblina, amenazaban con destruirlo y él, se dispuso para dar batalla.

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