"Aquellos que fueron elegidos por las piedras sagradas deberán escoger entre servirnos por el bienestar de todos los reinos, o de servir a los gemelos demonio del Xibalbá, y si esto ultimo sucede entonces el final para todo ser viviente está más cerca de lo imaginado" palabras del dios Quetzalcoatl

martes, 16 de marzo de 2010

La introducción (Modificada y revisada)

amanecer1 Quiero presentarles la introducción, auxiliado gracias a mi editor, espero sus comentarios:

La hermosa selva Lacandona, con sus rayos de sol traspasando las copas de los árboles; los cánticos de aves alegres; el murmullo de pequeños animales terrestres; ¡el rugido del jaguar!, todo lo llenó de sentimientos esperanzadores. Perfecto y en completa armonía, tal y como siempre debía estar. Inclusive, recordó su viejo hogar y su querida familia. Pero no era así. Algo en su interior no le dejaba satisfecho. Había maldad en el mundo y él era un importante guerrero maya que debía proteger no sólo al imperio sino a todas las civilizaciones enteras de fuerzas malignas, oscuras y desalmadas.
Regresaba de cumplir el mandato del rey Yoltzin. Las Piedras Sagradas que debía encontrar en las lejanas tierras de Aztapiltic, fueron recuperadas tras un encarnizado enfrentamiento contra el ejército del mal, allá en el reino de los Inuit, peleando al lado y hombro con hombro del bravo y poderoso Guerrero de Atl.
Cumplida su misión se preparaba para partir a la enigmática y desconocida isla de Yolihuani, que como recompensa y Gracia de los dioses, sólo los Elegidos, como él, eran enviados para perfeccionar su entrenamiento como Guerrero de K’uh.
Le sorprendió que mientras hacía sus preparativos fuera llamado en especial por el dios Quetzalcóatl.
—¡Ayauhtli! —habló el dios Quetzalcóatl—. Has demostrado ser un guerrero valiente y digno de mis ojos y por eso, antes de enviarte a la isla de Yolihuani, te he elegido para que seas tú quien cumpla mi deseo. Levántate y toma las Piedras Sagradas de Jade y de Ocre y ponlas a salvo, en la Bóveda Sagrada, de las garras malignas de los gemelos demonios de Xibalbá.
Se levantó de su posición hincada y tomó las piedras que él mismo había recuperado en las tierras lejanas de Aztapiltic y que ahora, el dios Quetzalcóatl, las confiaba en sus manos.
La armadura del dios brilló con esplendor y magnificencia delante de su presencia; tal era el poder que emitía que la capa blanca del guerrero ondeaba con fuerza sobre sus hombros; tres plumas largas y delgadas sujetadas sobre su cabeza, del mismo color blanco como la nieve, se movían hacia atrás ante esa poderosa divinidad. Sus sandalias y su calzón de piel parecían como si el hielo abrazara su cuerpo para protegerlo del sol y del viento; su cabello negro como la noche se pintó de blanco a pesar de su juventud, lo mismo que su piel morena y rojiza que se transformó blanca como el mármol. El poder de la piedra que lo había elegido lo cambió por completo, tanto en su aspecto físico y mental como en su vestimenta.
De pie ante la enorme pirámide de Gatz recibía con orgullo las indicaciones del gran dios, no obstante que las casas grises y opacas del reino entristecían su corazón; todos los reinos habían caído ante la furia del ejército de la oscuridad: el reino de Agaf y el reino Cutzin del norte; el reino de Jagand y el reino de Pletza del centro. Los reinos del sur, Gatz y Lytz sobrevivieron al ataque, pero la terrible esencia de esos seres oscuros corrompió la paz de su hogar, su pueblo y de todos los pueblos.
—¡Debes hacerlo solo! —continuó Quetzalcóatl—. ¡Ve, que los dioses te guiarán y protegerán!
Ayauhtli partió sin demora a lo desconocido en busca de las señales que lo llevaran a la Bóveda Sagrada en algún punto del imperio. Duró meses su búsqueda venciendo obstáculos y peligros al punto de perder la vida y fracasar en su misión. Pero finalmente, estaba satisfecho y orgulloso cuando encontró el acceso subterráneo al instante en que el sol estaba por ocultarse. Lanzó un suspiro. Su peligrosa misión estaba por concluir. De pronto, como una ráfaga de frío helado, su cuerpo le alertó de presencias extrañas y hostiles en la lejanía.
Con fuerza sobrehumana deslizó la tapa circular, quizá de piedra gruesa y pesada que sellaba la bóveda, y entró de inmediato a la oscuridad. Encendió una pequeña antorcha. Debía hallar el mecanismo que abría la segunda puerta secreta. Notó unas líneas plateadas que brillaron sobre el suelo al percibir la esencia de la piedra blanca, aquella Piedra Sagrada que lo eligió por su valentía y nobleza de corazón en las tierras de los Inuit, y que ahora su energía y poder recorría cada palmo de su cuerpo; se acercó y tocó con su mano la piedra lisa. Unas vetas blancas y brillantes recorrieron su piel, desde la mano hacia el resto de su brazo y al alcanzar la piedra del suelo algo se activó para deslizar otra plancha de roca dejando al descubierto la Bóveda Sagrada. Bajó rápidamente por los escalones de piedra hasta encontrar el caparazón de la Tortuga Sagrada. Sacó ambas gemas de su bolso y éstas brillaron iluminando el área.
Ayauhtli se sorprendió ante las pinturas que tapizaban las paredes; en una de ellas se vio a sí mismo tocando el suelo con su brazo iluminado por el poder de su Piedra Sagrada; jamás había visto algo así, pero las presencias hostiles aún lejanas lo presionaban a evitar las contemplaciones y darse prisa sino quería que su misión sufriera un tremendo fracaso.
Colocó las Piedras Sagradas de Jade y de Ocre en sus respectivos orificios sobre el caparazón de la Tortuga Sagrada, y salió de allí asegurándose de sellar nuevamente los accesos y de apagar su antorcha.
Ya en campo abierto y caída la noche, un viento helado golpeó su cuerpo, los árboles se ladeaban con fuerza y sus troncos crujían en señal de alerta; una neblina blanca y espesa apareció cubriendo la maleza, acercándose amenazadoramente hacia él. Le pareció distinguir extrañas siluetas entre la neblina a pesar de la oscuridad.
Sonrió. Llegaban demasiado tarde como para que le arrebataran las Piedras Sagradas e incluso, para saber sobre la existencia de la Bóveda Sagrada. Ya estaban ocultas y aseguradas por los dioses en espera de los Elegidos para darles el conocimiento y el poder de Guerreros de K’uh, y así luchar, vencer o morir, al lado de los dioses contra las huestes malignas de Mictlán.
Se preguntó, ¿quiénes podrían ser esos elegidos por las Piedras Sagradas y cuánto tiempo tardaría en cumplirse la leyenda para que se cerrara el círculo?
Once Piedras Sagradas fueron creadas por los dioses para convertir a los Elegidos en Guerreros de K’uh, y proteger al imperio y a toda la humanidad de las fuerzas oscuras del mal. De acuerdo a las palabras de Quetzalcóatl: Dos piedras han elegido y sus portadores siguen el camino de los dioses. Siete yacen ocultas en selvas, desiertos, mares y ríos cuyos Elegidos están en camino de hallarlas; y éstas de Jade y Ocre, deben permanecer sobre el caparazón de la tortuga Maktli hasta que elijan a sus guerreros para que el deseo de los dioses se cumpla.
Ayauhtli hizo estallar su Teotl y una luz blanca brotó de su pecho cuyos rayos de luz iluminó el paisaje atravesando la tupida vegetación y la neblina haciendo desaparecer la densa oscuridad. Frente a él, decenas de seres malignos y extraños, ocultos en la espesa neblina, amenazaban con destruirlo y él, se dispuso para dar batalla.

2 comentarios:

Gabriel Hank dijo...

Me gustaria poder aportar algo util a su historia, mas ahora mismo prefiero esperar a ver que sucede para no apresurarme con los comentarios.
Saludos

Anónimo dijo...

¡¡¡Qué blog tan genial Ahui!!!
Espero que todo te vaya genial y que la novela sea un éxito tiene muy buena pinta.
Un saludo

Martuca

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